Luna llena de agosto, luna de la cosecha asociada tradicionalmente a un nuevo ciclo agrícola y también al declinar del estío veraniego, luna que anuncia el otoño.
La noche del 14 al 15 de agosto, fiesta grande en España, ha coincidido con la luna llena de este mes. El 15 de agosto no sólo es una fiesta religiosa sino que tiene sus raíces paganas como otras muchas festividades. La luna llena de agosto significa el nuevo ciclo, el final de verano, al menos de su parte más calurosa y patente, la evidencia de unos días más cortos y como dice el refrán "en agosto frío en rostro". También es cuando en nuestras latitudes del hemisferio norte las luces y las sombras toman más intensidad, "Luz de agosto" es el título de una novela de William Faulkner y también es algo perceptible que conocen bien los que hacen cine, porque la luz cambia, deja de ser tan directa aunque sigue siendo intensa, las sombras se alargan, las formas se dibujan más y los atardeceres tienden a ser más naranjas y rosáceos, es una luz de película.
Tras la luna de agosto nos encaminamos al otoño, en Castilla y gran parte de la Península coincidía con el comienzo de un período de frecuentes tormentas, ahora ya no, ahora es una continuación del Estío, con mayúscula, pues es la quinta estación que cita el Quijote y que va entre el verano y el otoño, muy apropiado para hablar del largo verano manchego. Desde el 15 de agosto, en muchos lugares y en nuestras montañas el otoño se barrunta y con el otoño el nuevo período hidrológico. Porque el otoño tiene tres inicios: uno, este de mitad de agosto, el de la luna llena, otro, el meteorológico el 1 de septiembre y el tercero el astronómico, el 21 de septiembre. Pero tiene mucho sentido que en septiembre comience el año hidrológico, porque es cuando retornan las lluvias (con suerte), con el otoño pasamos de la sequía veraniega característica del clima mediterráneo, al comienzo del período de precipitaciones que se extiende hasta el siguiente verano. Por eso los años hidrológicos en España comienzan a cero a partir del 1 de septiembre y, para muchos, en nuestra geografía, sería un comienzo de año más acorde con el calendario de la naturaleza que con el oficial y, sin duda alguna, con el calendario de las montañas que en otoño vuelven al frío después de un corto pero intenso verano para lo seres vivos que las habitan.
Por eso, ahora es un buen momento para valorar la temporada, echar la vista hasta el pasado fin de verano del dieciocho y ver cómo se ha comportado el año desde el punto de vista de precipitaciones y temperaturas. Y hay que decir que la temporada ha sido parca en precipitaciones y bastante templada en cuanto a temperaturas. Así como los primeros cinco meses de 2018 fueron generosos en lluvia y nieve y el verano fue normal, más bien seco y caluroso, el otoño no se mostró demasiado lluvioso ni nevoso, aunque la temporada de nieve comenzó demasiado pronto, recordemos que a final de octubre y principios de noviembre ya se pudo esquiar en algunas alturas, pero luego se desinfló. Las Navidades fueron malas en casi todas las estaciones de esquí excepto en Sierra Nevada y el invierno y primavera, en general, fueron secos y con temperaturas por encima de la media. Con episodios terribles como la oleada de incendios en el mes de febrero en la Cornisa Cantábrica y parte de Galicia. Y en el Sistema Central la nieve brilló por su ausencia la mayor parte de la temporada, llegando a mayo con muy poca acumulación en las alturas lo que ha provocado un verano reseco, con torrentes que se agostaron a mitad de la canícula. En el tercio norte de la Península e Ibérico septentrional el verano no ha sido malo, recibiendo frentes y tormentas que han mantenido un paisaje verde en general, contrastando con el tórrido verano del resto de las montañas españolas. Por último, si febrero fue un infierno de fuego en muchas zonas cantábricas, agosto lo ha sido para el Sistema Central en las provincias de Madrid, Ávila y Segovia. Especialmente destacable los dos incendios en el Parque Nacional del Guadarrama que comenzaron el mismo día y casi a la misma hora cada uno en la otra punta de los límites del Parque, ¡Qué casualidad!.
Ampliando las fronteras, este verano ha sido especialmente aciago para Europa y Eurasia por los calores y por los incendios. A lo largo de Julio y Agosto han ardido y aún sigue ardiendo una extensión de taiga siberiana equivalente a la superficie de Aragón y Navarra juntas. Fenómeno que también ha afectado a la meteorología del Ártico, habiéndose constatado a mitad de agosto una tormenta eléctrica por encima del paralelo 85. Algo que hasta la fecha no se conocía y que, según algunos científicos, se ha producido por la existencia de humo, partículas de polvo y cenizas en suspensión y una temperatura superior en la atmósfera boreal consecuencia de los incendios siberianos. También cerca del Ártico, en Islandia, a mitad de agosto se ha dado oficialmente por extinto el glaciar de Ok (Okjökull), que desde 1984 estaba en franca regresión.
Y la Europa Central también ha sufrido un verano insólito con hitos que siguen aumentando la lista de episodios meteorológicos anómalos y que uno por uno podrían ser simples anécdotas climáticas, pero que en conjunto suponen un número cada vez mayor de síntomas de un clima enfermo en el que la fiebre se manifiesta cada vez con más intensidad y en períodos más cortos. Baste recordar la ola de calor que a final de Julio hizo que los termómetros en París alcanzasen los 42º, en Bélgica y Holanda 40º, cifra hasta entonces jamás registrada y así en otras zonas como Inglaterra, donde se llegó a 37º en algunas zonas del sur de la isla, también en Alemania, Polonia y Países Nórdicos, produciendo situaciones inéditas de playas llenas en el Báltico y riesgo extremo de incendio en los bosques Noruegos, por segundo año consecutivo. En 2018 ocurrió lo mismo, siendo un país sin preparación para este tipo de catástrofes ya que eran desconocidas en estas latitudes hasta ahora, Y no olvidemos la ola de calor en la Península de final de junio que batió en muchos sitios no sólo récord mensual, sino récord histórico, curiosamente en sitios del norte y del este. Muchos aragoneses recordarán junio y julio del 19 ya que soportaron temperaturas en torno a los 40ºC y superiores durante más de diez días seguidos.
Y también inéditas las temperaturas que se vivieron en la última semana de julio en los Alpes franceses, registrándose en el Mont Blanc (4848 m.) la temperatura más alta jamás registrada: 6,8ºC casi en la cima a las 13 h del día 27 de julio; y nada menos que 14,3ºC en le observatorio del Aiguille du Midi (3845 m.), batiendo el récord histórico hasta entonces que había sido de 10,3ºC. ¡ Espeluznante !. No es de extrañar con estas circunstancias que los desprendimientos se hayan intensificado en todo el macizo ya que el hielo que mantiene sujetos a muchos bloques de roca sueltos por la macrogelifracción se este fundiendo a pasos de gigante. Lo mismo ocurre en el Cervino o Matterhörn donde las autoridades suizas están planteándose la prohibición de escalarlo en verano por las caídas masivas de piedras que se han incrementado y que han causado hasta el momento cinco víctimas mortales este verano. Al igual que el cierre prematuro de las instalaciones de esquí de verano en glaciares como Tignes o Los Dos Alpes, que cada año de la última década van cerrando antes por la falta de nieve sobre el hielo y las muchas grietas que afloran, cada vez de forma más temprana. Esperemos que la luna de agosto signifique el cambio de tendencia al menos a corto plazo y que si no se arregla el clima, cosa imposible dada la deriva meteorológica, al menos traiga lluvia a muchas zonas donde se necesita ya de forma dramática como es el Centro y Sur peninsular.
Enrique Ribas Lasso es editor de revistanix.com
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